La radioterapia ha evolucionado de forma espectacular en las últimas décadas, con un aumento de su eficacia y una reducción drástica de los efectos adversos. Sirve para tratar numerosos tipos de cáncer, así como diversas enfermedades benignas.

Acelerador lineal de radioterapia
  1. María Sánchez-Monge

La radioterapia se emplea sobre todo en pacientes con cáncer, aunque también ayuda a tratar otras enfermedades. “Es un tratamiento que ya tiene más de 100 años y consiste en utilizar radiación ionizante para eliminar células cancerosas”, resume Antonio Gómez Caamaño, presidente de la Sociedad Española de Oncología Radioterápica (SEOR). “Ha avanzado muchísimo en los últimos 20-25 años, de manera que es cada vez más precisa, eficaz y segura”, añade.

La filosofía de la radioterapia se resume, según este experto, en dos pilares: “Por un lado, administrar dosis máximas en el tumor porque así habrá más posibilidades de eliminar las células cancerosas; y, por otra parte, conseguir que llegue muy poca dosis -o nada- alrededor del tumor, es decir, a los tejidos sanos”. 

Cuando se emplea en oncología forma parte del tratamiento multidisciplinar de los tumores, junto a las demás terapias disponibles: quimioterapia, inmunoterapia, terapias biológicas dirigidas, cirugía… En función del tipo de cáncer del que se trate, se realizará en combinación con otros tratamientos y en el momento que se considere oportuno.

Así funciona la radioterapia frente al cáncer

Las radiaciones ionizantes modifican la estructura o la función de las células tumorales y de su ambiente para conseguir su desaparición. Por lo tanto, es un tratamiento oncológico basado en la administración de radiaciones de alta energía. En algunos casos se usa para curar el cáncer y en otros para aliviar sus síntomas. De su utilización se pueden beneficiar, según explica Blanca Ludeña Martínez, jefa del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario de Fuenlabrada (Madrid), “hasta el 70% de los pacientes diagnosticados de cáncer a lo largo del proceso de su enfermedad”. 

Se puede administrar utilizando unas máquinas denominadas aceleradores lineales, o bien mediante unas fuentes radiactivas que se colocan en el interior del paciente de forma temporal o permanente (braquiterapia).

¿Cómo se administra la radioterapia? Así es el proceso

Antes de recibir el tratamiento, el oncólogo radioterápico -especialista en oncología y en radioterapia- valora de forma individualizada el caso de cada paciente y le explica el tipo de tratamiento que precisa, su duración (el número de sesiones) y los posibles efectos secundarios que puede presentar -que dependen fundamentalmente de la parte del cuerpo que va a recibir el tratamiento-, así como los cuidados y las recomendaciones para que sean los menores posibles. 

En el proceso intervienen diferentes profesionales sanitarios. En primer lugar, “se precisa realizar una TC (tomografía computarizada) en la posición en la que el paciente lo recibirá”, precisa Pastora Caballero Guerra, facultativa de oncología radioterápica del Hospital Universitario de Fuenlabrada. “Sobre esta imagen del paciente, el oncólogo radioterápico determina la zona a tratar con radiaciones y define los tejidos que quiere proteger de ella”, agrega. Para reproducir la misma posición cada día se utilizan dispositivos que ayudan al paciente a mantenerla.

El radiofísico hospitalario diseña el tratamiento que mejor consiga el objetivo terapéutico y el técnico de radioterapia será el responsable de administrar de forma diaria las sesiones establecidas. “Durante todo el tratamiento, el oncólogo radioterápico y el profesional de enfermería supervisarán la tolerancia al tratamiento”, indica la especialista. 

Debido a la complejidad de los mecanismos que producen el daño de las células tumorales, el efecto del tratamiento sobre el tumor no es inmediato. Por este motivo, no suele evaluarse la respuesta antes de 8-12 semanas. Una vez finalizado el tratamiento, el oncólogo radioterápico indica al paciente con qué periodicidad debe acudir a la consulta de revisión y cuáles serán las pruebas necesarias para saber el resultado del tratamiento, según los protocolos de seguimiento de cada tipo de tumor.

¿Curación del cáncer o alivio de síntomas?

La radioterapia cura muchos tipos de tumores malignos. “El 40% de todos los cánceres que se curan hoy día utilizan la radioterapia, ya sea sola o en combinación con otros tipos de tratamientos”, asegura Begoña Caballero Perea, facultativa del mismo servicio del hospital madrileño. “A veces se usa para reducir tumores antes de una cirugía para conseguir que esta tenga mejores resultados y en otros casos se emplea después para evitar una recaída”. Por ejemplo, el uso de la radioterapia después de la cirugía en pacientes con cáncer de mama ha reducido a la mitad las recaídas frente a la cirugía exclusiva. 

En algunas ocasiones se usa de forma combinada con la quimioterapia para que se potencie el resultado de ambos tratamientos”, revela Caballero. Y en otras facilita la conservación de órganos o funciones que algunas cirugías no podrían preservar. “Sabemos también que podrá ser una herramienta útil para regular el papel que nuestro sistema inmune juega en el control del cáncer, aunque aún se está estableciendo cómo utilizarla en este sentido”, avanza la experta. 

La radioterapia no solo se utiliza con fines curativos, sino que también juega un papel crucial en el alivio de los síntomas y la mejora de la calidad de vida de los pacientes con cáncer. Así, es muy útil para reducir el dolor cuando el tumor se disemina al hueso, “consiguiendo una mejoría significativa en tres de cada cuatro pacientes que la reciben”, expone la oncóloga.

protonterapia

Efectos adversos de la radioterapia

Con las mejoras tecnológicas en la planificación y administración de la radioterapia se han reducido de forma notable los efectos adversos. “El riesgo es muy bajo y el peligro de que se trate de consecuencias importantes es muchísimo más reducido”, subraya Gómez Caamaño. “Somos capaces de administrar dosis más altas que pueden controlar mejor los tumores respetando al máximo los tejidos sanos, lo que impacta en mejorar la calidad de vida de los pacientes”, resalta Ludeña. 

Aunque algunos síntomas adversos son generales, como el cansancio, la mayoría dependen fundamentalmente de los tejidos y órganos incluidos en el área del tratamiento y su manifestación es local, es decir, se circunscribe a la zona radiada. 

Por ejemplo, uno de los efectos más frecuentes de la radioterapia frente a los tumores de laringe es la mucositis, que es una inflamación de las mucosas que puede ser bastante molesta. 

En las pacientes con tumores de mama se puede producir una radiodermitis, que es una inflamación de la piel.

En el caso de los cánceres de próstata, como este órgano está pegado a la vejiga, parte de la radiación puede entrar en esta última, produciendo también irritación y una especie de cistitis.

Las primeras manifestaciones de estos síntomas pueden presentarse entre una y dos semanas después de iniciar el tratamiento; son los que llamamos efectos agudos y muchos son reversibles”, especifica Caballero. Después de un periodo de varios meses, algunos síntomas pueden mantenerse o aparecer. “A estos se les conoce como efectos tardíos o crónicos y algunos pueden ser definitivos, condicionando un deterioro de la calidad de vida del paciente”. La especialista aclara, no obstante, que “las nuevas técnicas de radioterapia han contribuido de forma muy eficaz a reducir ambos tipos de efectos indeseables”. Asimismo, señala que el paciente “puede contribuir a minimizarlos conociéndolos, identificándolos y siguiendo las pautas que le indica su equipo de tratamiento (médicos, técnicos de radioterapia, enfermería…)”.

Radioterapia para enfermedades no oncológicas

La reducción del tiempo de tratamiento y la minimización de los efectos adversos abre la puerta a la ampliación de las indicaciones de la radioterapia más allá del cáncer. De hecho, ya se emplea para diversas patologías benignas y se investiga su utilidad en muchas otras. 

Por ejemplo, se utiliza para tratar algunos tumores cerebrales benignos, como los meningiomas. También puede ser de gran utilidad frente a patologías articulares inflamatorias crónicas, como la artrosis. Asimismo, puede mejorar las cicatrices queloides y contribuir al manejo de la fascitis plantar

Se está empezando a administrar para tratar algunas arritmias -en concreto, taquicardias ventriculares- que no responden a otros tratamientos y se ha revelado útil en la prevención de la osificación que se produce en algunos pacientes operados de cadera.

Durante los peores momentos de la pandemia de Covid-19 se empleó en algunos pacientes muy graves. Asimismo, se está explorando su potencial frente a la enfermedad de Alzheimer.

Fuente: cuidateplus.com