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Los vínculos afectivos en una modernidad moldeada por las redes y el impacto de la pandemia. En el marco del ciclo «Diálogo de Escritoras y Escritores de Latinoamérica», debatieron las escritoras Alejandra Costamagna, Carolina Sanín, Paloma Vidal y Ela Urraiola, sobre el valor de las relaciones personales en los procesos creativos en la literatura y sobre cómo la virtualidad se potenció a raíz de la pandemia.

POR JOSEFINA MARCUZZI

Las escritoras conversaron en el marco del ciclo Dilogo de Escritoras y Escritores de Latinoamrica Foto Fernando Gens

La escritora chilena Alejandra Costamagna, la colombiana Carolina Sanín, la argentino-brasileña Paloma Vidal y la panameña Ela Urraiola debatieron en la Feria del Libro sobre las relaciones afectivas y la modernidad en el marco de un signo de los tiempos trazado por el uso de las redes sociales y el impacto de la pandemia en la producción literaria contemporánea.

«El aislamiento llenó la cabeza de ruidos, propuso un mundo desplomándose. ¿Cómo se recupera la propia presencialidad y el lugar del otro en este nuevo sistema», fue la idea recurrente que hilvanó los intercambios.

Pasadas las 20.30 de este domingo, las escritoras conversaron en la Sala Alfonsina Storni -y en el marco del ciclo «Diálogo de Escritoras y Escritores de Latinoamérica»- sobre el valor de las relaciones personales en los procesos creativos en la literatura y sobre cómo la virtualidad se potenció a raíz de la pandemia y afectó, para bien o para mal, esas dinámicas establecidas.

«Las relaciones afectivas son centrales en la literatura contemporánea y en el arte en general, porque la literatura puede establecer relaciones diferentes a las que predominan en la vida real. La literatura es un lugar de encuentro, un lugar en donde puedo afectar y ser afectada, un espacio de encuentros impredecibles e incalculables», abrió la charla Vidal, que nació en Argentina pero vive desde los dos años en Brasil y además de ser autora de novelas, obras de teatro y poemarios enseña teoría literaria en la Universidad Federal de San Pablo.

La autora explicó que hoy la literatura es una práctica que aún tiene la capacidad de escapar a la dinámica de las redes sociales, porque todavía pregna una idea de escribir hacia otros, otras y otres que está mediada por el afecto. «Una escritura de supervivencia», dijo.

Por su parte Costamagna, autora de novelas y cuentos, y finalista del Premio Herralde con su novela «El sistema del tacto», optó por leer un relato que había escrito previamente sobre el modo en que ella solía relacionarse antes de la pandemia y la manera en que el aislamiento afectó ese comportamiento.

«La virtualidad, que ocupa tantos espacios en estos días, que está exacerbada por la pandemia pero que venía de antes y nada indica que cambiará, nos deja por contraste más necesitados y necesitadas de un vínculo animal, de una presencia que sea pura presencia, de relaciones menos mediadas: animales, especies de compañía, personas. Seres otros, seres sintientes con su especificidad y su singularidad otra.»

La mesa estuvo organizada mediante una exposición individual de cada integrante y hacia el final de la charla se abrió el debate a algunas preguntas. Aunque cada relato parecía inconexo con el otro, la arteria que unió cada reflexión fue el modo en que hoy las autoras escriben y se relacionan con otras personas.

«Hoy estamos conversando por escrito y leyéndonos mutuamente a través de pantallas y por eso relacionar los afectos en la época de la virtualidad con la escritura y la literatura es necesario. En las redes sociales interpretamos de una manera esquizofrénica a muchas personas según la voluntad y ocasión y buscamos tener, así, un papel en la sociedad, un papel que nos inventamos. Esto es la realización de la idea que tenía el humanismo de que el mundo era un teatro y el ser humano podía interpretar cualquier cosa», indicó por su parte Sanín, autora de Los niños y Somos luces abismales y PhD en Literatura Hispánica por la Universidad de Yale.

En este punto intervino Ela Urraiola, escritora, filósofa y profesora de filosofía en la Universidad de Panamá que publicó relatos, poemas y cuentos, con una definición que planteó que el asilamiento es un aislamiento efectivo y también un aislamiento afectivo. La virtualidad así es un ámbito donde cada cosa es comunicable, hasta la soledad, pero también cada cosa es posible de ser convertida en mercancía.

Foto Fernando Gens

Entonces, se abrió la pregunta. ¿Se puede seguir escribiendo en este contexto? El aislamiento llenó la cabeza de ruidos, propuso un mundo desplomándose. Parecía que escribir en primera persona era extraño porque se había dejado de ser la misma persona que se era antes. ¿Cómo se recupera la propia presencialidad y el lugar del otro en este nuevo sistema, y cuáles son los desafíos que tiene por delante la literatura?

«No se puede escribir sin el otro. El otro es universo, origen, inspiración de los afectos. El destinatario de la obra, el receptáculo de la magia literaria, que cuando tiene éxito, alcanza, revuelve, hace sentir vivo. Recordar esa vida que alguna vez se sostuvo, no virtualmente, sino en esa experiencia analógica de estar en el mundo», propuso Urraiola.

«La literatura es la posibilidad de generar un coro de voces y de cuerpos, me gusta pensar esta idea, como de formas corales,» agregó Vidal.

El modo de pensar cómo se configura la literatura en este escenario también propuso nuevas líneas de pensamiento más orientadas al existencialismo, a cómo se habita el mundo en el arte pero también por fuera de él, en la vida cotidiana. Las autoras plantearon que estamos en un momento de transición que todavía no transparenta hacia dónde va.

«Somos una generación en transición, que venimos de un mundo en donde el amor romántico había sido la norma de quienes nos antecedían. Rompimos con el molde y le otorgamos un espacio a la virtualidad para establecer vínculos. Después de años, tuvimos la valiosa posibilidad de transparentar deseos que hacían frente a un mandato, el imperativo de armar una familia con padre, madre, hijos y una casa, con estabilidad a todo evento,» reflexionó Costamagna.

«Las redes sociales son lo no vivo que tiene efecto sin afecto, lo demoníaco en cierta medida. Pero si renunciamos al punto de vista del hombre y la mujer a pensar en el ser humano como un punto de vista del mundo, y a ocuparlo, entonces estamos haciendo el juego del algoritmo. Lo animal, lo onírico, lo maquinal se puede acoger dentro de uno sin renunciar a un humanismo elemental,» agregó Sanín.

Hacia el final hubo algunos intercambios respecto al lugar que ocupa el ser humano frente a los algoritmos, a las nuevas tecnologías y a las redes sociales. A cómo las personas nos paramos frente a ese horizonte, de pocas certezas y gran incertidumbre, incluso temor.

Costamagna concluyó: «Lo más consistente hoy es romper la jerarquía de lo humano por sobre lo no humano, contrarrestar la idea de que lo humano sea la medida de todas las cosas. En los afectos, en los procesos políticos, en la forma de enfrentar la crisis climática, en lo íntimo y por cierto, en la literatura y en el arte en general»

Corriendo todos los límites posibles y ante un público al menos sorprendido y por momentos estupefacto, Sanín propuso pensar las redes sociales como un espacio funcional a la idea de la muerte.

«La fantasía de no morir pasa por la fantasía de asistir a tu propio funeral. En las redes sociales podemos saber lo que se dice de nosotros, podemos oír las malinterpretaciones, las tergiversaciones de los otros, ya sea positiva o negativamente. Esta es la concreción de la fantasía de «oír hablar de mí en mi funeral». Y ahí está la ironía: para realizar el sueño de no morir, necesariamente te tienes que presentar como muerto, ser el tema de conversación».

«El mejor de los mundos posibles no está cerca, sino en el horizonte, y hay que caminar hasta ellos. Galeano dejó una de las mejores definiciones: la utopía está en el horizonte. Nos acercamos dos pasos, se aleja dos pasos. Caminamos diez pasos, y el horizonte se corre diez pasos. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para caminar. No nos deja más que la posibilidad de visualizar el camino, lejano, pero posible,» finalizó Urraiola.

Fuente: Télam