Por Alejandro Andersson, médico neurólogo, director médico del Instituto de Neurología Buenos Aires (INBA).

Aproximadamente, una de cada 10 personas mayores de 60 años padece una demencia. En la Argentina, dada su pirámide poblacional, con mucha gente de edad avanzada -hay 4 millones de mayores de 60 años-, el número de pacientes es elevado, unos 400.000 aproximadamente. Su curso evolutivo es de 6 a 12 años.

La demencia es un cuadro que se caracteriza por una importante pérdida o deterioro de las funciones superiores, en donde memoria y capacidades cognitivas se comprometen seriamente. Ocurre en el adulto mayor y daña su vida laboral, social, familiar y personal.

El 50-80 % de las demencias depende de la enfermedad de Alzheimer, el 10-15 % es por fallas circulatorias y corresponde a la demencia vascular o multiinfarto, y el resto se reparte en otras formas degenerativas.

La enfermedad de Alzheimer no hace distinción de clases, raza o grupo étnico, afecta a hombres y mujeres -predominando en estas últimas-, y es más frecuente en mayores de 65 años.

Los pacientes, despiertos y reactivos, tienen, además de los trastornos de memoria, un compromiso en el lenguaje y en la capacidad de abstracción. El juicio y el razonamiento, el cálculo matemático y hasta la cadena de movimientos aprendidos para vestirse o para caminar pueden comprometerse.

En los casos avanzados, se encuentran con una especie de «mirada perdida» y son incapaces de reconocer a las personas más cercanas, incluidos maridos, esposas, hijos y nietos.

No es un problema psicológico. La demencia, es un problema orgánico, hay una clara base física. Mueren muchas neuronas y circuitos del cerebro, y, con ellas, importante información. Las vivencias archivadas y los recuerdos se pierden y las habilidades se deterioran.

Básicamente, se entiende como un cuadro irreversible. Lo lesionado no vuelve atrás, aunque hay que descartar que el paciente no tenga, por ejemplo, situaciones reversibles como una falta de vitamina B12 o de hormona tiroidea.

En la evaluación, es importante el interrogatorio -averiguar si hubo un declive intelectual progresivo- y el examen físico neurológico. El análisis de laboratorio lo es para descartar problemas clínicos, metabólicos o de la glándula tiroides. El electroencefalograma y el mapeo cerebral mostrarán si hay una desorganización y lentificación de la actividad eléctrica cerebral.

En ocasiones, se compromete más la memoria, pero también puede darse que el principal problema sea el razonamiento y la orientación, o que sólo haya un cambio de personalidad. A veces sólo se afecta la espacialidad y la corporalidad, los pacientes no pueden ponerse un saco ni vestirse, o se pierden en la calle estando intelectualmente bien.

Un claro antecedente de enfermedad de Alzheimer en la familia incrementa el riesgo de padecerla. Un bajo nivel de educación o escasa actividad intelectual productiva durante la vida es otro factor de riesgo. Ocurre porque las neuronas degeneran y mueren como consecuencia del depósito anormal de una sustancia llamada beta-amiloide y por ruptura del esqueleto de las neuronas al alterarse la proteína Tau.

La enfermedad se manifiesta lenta y progresivamente. La actividad (física, intelectual y social) previene la enfermedad y mejora los síntomas de los pacientes afectados. Entre las medidas de higiene, es importante tener un sueño reparador y optar por la comida mediterránea.

En cuanto a tratamientos, existen fármacos que estimulan la disponibilidad de acetilcolina y glutamato en los circuitos de la memoria. El ácido omega 3 facilita la síntesis de membranas neuronales, útil para nuevas prolongaciones y sinapsis neuronales. También se están investigando medicamentos que modifiquen la generación o el depósito de β-amiloide tóxico y otros anti-proteína Tau.

Fuente: Télam