El estrés se relaciona con muchas dolencias, con mayor o menor riesgo para la vida. Entender cómo influye en la hipertensión puede contribuir a prevenir patologías tan peligrosas como el infarto o el ictus.

Mujer estresada

La conmemoración del Día Mundial de la Hipertensión, el 17 de mayo, es un buen momento para repasar la gravedad de este problema y, sobre todo, incidir en su prevención y tratamiento. Con frecuencia se habla de su relación con el estrés, pero, ¿cuál es el verdadero alcance de este factor de riesgo? ¿actúa de forma directa o indirecta? Dos expertos en esta enfermedad nos lo aclaran.

“En las consultas de hipertensión tenemos todos los días pacientes que, o bien inician su camino en la hipertensión, o bien se descontrolan siendo ya hipertensos; son los dos grandes peligros del estrés”, confirma a CuídatePlus José Antonio García Donaire, presidente de la Sociedad Española de Hipertensión y nefrólogo de la Unidad de Hipertensión del Hospital Clínico San Carlos, de Madrid. “El estrés eleva la tensión arterial a través de mecanismos complejos que tienen que ver con el sistema nervioso simpático y parasimpático”, añade, y concreta que hasta los 50 años incide, sobre todo, sobre la tensión diastólica (la mínima) y, a partir de esa edad, “sobre las dos, pero fundamentalmente la sistólica, que es con diferencia la más peligrosa de cara al desarrollo de eventos cardiovasculares como ictusinfartos o insuficiencia renal”. 

Así actúa el estrés ‘malo’ en la presión arterial

El estrés puede considerarse bueno o malo según las circunstancias y su intensidad. Es un mecanismo natural y necesario. “Es una circunstancia que maneja un sistema nervioso que se llama sistema nervioso simpático y que constituye un mecanismo de supervivencia ancestral que tiene la especie humana y, en general, todos los mamíferos”, resume Vicente Pallarés, coordinador del Grupo de Trabajo de Hipertensión Arterial de la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria (Semergen). En definitiva, es “la capacidad de respuesta ante situaciones inesperadas”. Lo necesitamos para poner en marcha mecanismos que garanticen que la respuesta sea rápida y se concentre la energía en la atención cerebral: aumento de la presión arterial y la frecuencia cardiaca, disminución de la motilidad intestinal, vasoconstricción (estrechamiento de los vasos sanguíneos) periférica… De esta manera, podemos centrar toda nuestra atención en realizar correctamente un examen, hacer una entrevista de trabajo o hacer ejercicio físico intenso. Este sería el estrés bueno.

En condiciones normales, una vez finalizada esa actividad que requiere un mayor esfuerzo mental o físico, “hay un mecanismo de retroceso que pone en marcha otro sistema nervioso, que se llama parasimpático, que regula a la inversa el mecanismo del sistema nervioso simpático”, resume Pallarés. De este modo, la tensión arterial, la frecuencia cardiaca, etc. recuperan sus valores normales. 

El estrés se convierte en malo cuando se dan “situaciones persistentes, día tras día, que no gestionamos bien y que hiperactivan el sistema nervioso simpático”. Las mediadoras de esa hiperactivación permanente son las hormonas asociadas al estrés, entre las que destacan el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina. 

A todo lo anterior hay que añadir la influencia de la genética: hay personas cuyos genes les hacen más vulnerables a la hipertensión. Lo que hace el estrés es actuar como detonante de esa predisposición. De ahí que no todas las personas desarrollen hipertensión ante una situación de estrés más o menos permanente.

Llega un momento en que el organismo ya no puede volver a las cifras normales de presión arterial y se desencadena la hipertensión. Este sería un efecto directo del estrés sobre la tensión. Pero también puede actuar de forma indirecta. “El estado de estrés constante produce ansiedad, que a su vez hace que comamos más, y si además hacemos menos ejercicio, se agotan todas las pilas del organismo”, expone Pallarés a modo de ejemplo. Todo ello conduce a la obesidad, que es uno de los factores de riesgo más conocidos de la hipertensión arterial.

Tratar el estrés para controlar la presión

Es sabido que los fármacos para tratar la hipertensión son muy eficaces pero, ¿constituyen el tratamiento más adecuado cuando la causa es el estrés? García Donaire considera que cuando “alguien que no era hipertenso empieza a serlo porque pasa por una fase de estrés -que desenmascara lo que tiene en sus genes- no se debe tratar con antihipertensivos; lo que necesita es psicoterapia, mindfulness u otros métodos para gestionar ese estrés y mejorar sus cifras de tensión”.

Asimismo, en personas cuya hipertensión esté ocasionada por otros motivos, el control del estrés puede contribuir a reducir la medicación antihipertensiva.

Pallarés advierte de los riesgos del consumo creciente de sustancias ansiolíticas para controlar la sobrecarga que produce el ritmo de vida actual. En el fondo, lo que se requiere es llegar a la raíz del problema: “Aprender a conocernos mejor y hacer una buena gestión de nuestro día a día para que no nos pase factura”. Sin esta condición previa, el tai chi, el yoga, el mindfulness o los ansiolíticos sirven para muy poco. “Hay que educar a la gente para que se autogestione porque la medicina tiene sus límites en ciertas cuestiones, como en el caso del estrés”, concluye.

Alerta: la hipertensión, un problema creciente

El estrés es uno de los motores que impulsan la hipertensión, pero hay más. Estos son los más destacados:

  • Edad avanzada.
     
  • Causas genéticas.
     
  • Sobrepeso u obesidad.
     
  • Falta de actividad física.
     
  • Comer con mucha sal.
     
  • Beber demasiado alcohol.

Los expertos consultados por CuídatePlus alertan del avance inexorable de la hipertensión y sus consecuencias. “Cada la vemos en edades más tempranas y su prevalencia está aumentando muchísimo”, apunta Pallarés. Se estima que en España afecta a entre el 33 y el 43% de la población adulta mayor de 18 años, lo que equivaldría a unos 16,5 millones de españoles. 

“Es la patología más prevalente -con muchísima diferencia- y, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la primera causa de muerte, discapacidad severa y gasto sanitario en el mundo”, agrega García Donaire. Esto es así porque la hipertensión fomenta la arteriosclerosis (endurecimiento y rigidez de las arterias), la insuficiencia renal, enfermedades del corazón (ictus, insuficiencia cardiaca), ictus, retinopatía hipertensiva (que puede causar pérdida de visión) o problemas respiratorios como la apnea del sueño, entre otras patologías.

Fuente: Cuidate plus