¿Qué es la alimentación intuitiva?

Comer de forma saludable se convierte en un infierno cuando la delgadez y el culto al cuerpo son los objetivos predominantes. Al final, no se pierde peso y la salud mental se resiente. La alimentación intuitiva propone un nuevo enfoque.

Mujer pensativa chupa un tenedor
  1. María Sánchez-Monge

Borrón y cuenta nueva. A veces es necesario desaprender algunas (o muchas) cosas para poder llegar a un conocimiento realmente útil. Es lo que propugna la denominada alimentación intuitiva, que pretende acabar con todas las normas y restricciones sobre la comida que, al final, acaban agrandando los problemas en vez de solucionarlos. Así sucede con las dietas para adelgazar, que en buena parte de los casos no funcionan o, si lo hacen, es a muy corto plazo. 

La nutricionista Melyssa Chang es una de las defensoras de este nuevo enfoque, que expone en su libro Come sin culpa (La esfera de los libros, 2023), cuyo subtítulo es toda una declaración de intenciones: “Sana tu relación con la comida a través de una alimentación consciente”.

La alimentación intuitiva, según ha explicado Chang a CuídatePlus, “se basa en volver a conectar las señales primarias de hambre, saciedad y satisfacción al comer”. En definitiva, supone un regreso “a aquello para lo que de forma natural y fisiológica estamos diseñados los seres humanos”. En la práctica, se traduce en dejar de tomar decisiones relacionadas con la alimentación “por normas externas de dieta” y, en su lugar, guiarnos “por nuestras señales internas y primitivas, que son las que nos permiten mantener nuestra salud a largo plazo”.

Así es la cultura de la dieta

La nutricionista considera que vivimos totalmente imbuidos en la cultura de la dieta. ¿A qué se refiere exactamente? Este modelo imperante no solamente engloba “las normas para hacer dieta o cómo tenemos que alimentarnos para estar sanos o para conseguir un cuerpo normativo para que la sociedad nos acepte”. La cultura de la dieta está también representada “en la industria alimentaria, las farmacéuticas, los gimnasios y las clínicas de cirugía estética, que hacen que pensemos que tenemos problemas que necesitamos solucionar, para lo que crean productos y servicios que tenemos que comprar”. 

Según Chang, casi todos “nos guiamos por esta cultura porque creemos que es lo correcto, pero nos olvidamos de esa conexión ancestral con las señales de hambre y saciedad y no tenemos en cuenta que no todos podemos tener el mismo cuerpo porque está determinado por nuestra genética, la accesibilidad a los alimentos y muchas otras cosas que no vamos a poder cambiar”.

Cómo acabar para siempre con las dietas

Las personas que están constantemente a dieta se animan a intentarlo de nuevo porque creen que esa vez va a ser la definitiva. Chang propone acabar de una vez por todas “con todas las normas de dieta”. Para ello, suele aconsejar a sus pacientes que anoten en un papel todas las reglas que se han impuesto -que pueden ser buenas o malas-, ya sea beber 8 vasos de agua al día, no comer después de las 6 de la tarde o decir adiós al chocolate. Una vez identificadas, el siguiente paso es “romper con ellas, eliminarlas de nuestra mente y nuestras creencias y empezar a guiarnos por las señales de hambre y saciedad”. Según explica, “nadie necesita hacer cálculos en un programa informático para saber las vitaminas, minerales, carbohidratos, proteínas y grasas, que necesita, sino que nuestro cuerpo manda las señales oportunas para poder tener energía”. Chang admite una salvedad: la existencia de alguna enfermedad que determine una mayor necesidad de algún tipo concreto de nutriente. 

Se podría argumentar que muchas personas no tienen un apetito natural orientado hacia el consumo de frutas y verduras, sino que su organismo les pide constantemente donuts, sushi, patatas fritas u otros alimentos de consumo ocasional. La nutricionista rebate este argumento diciendo, en primer lugar, que ninguna persona “puede mantener una alimentación basada en donuts durante 24 horas todos los días porque lo normal es que su cuerpo les diga que ya basta mediante señales fisiológicas de malestar digestivo, dificultad para ir al baño correctamente, incapacidad para levantarse de la cama por falta de energía…”.

Por otra parte, aunque muchas personas piensan que si comiesen todo lo que les apetece en cada momento se trataría de alimentos que se considera que dañan la salud, “la realidad es que pensamos eso porque lo tenemos prohibido y limitado; nos prohibimos comer sushi, pasta u otros alimentos todos los días y por eso tenemos una fijación con ellos”. Lo que sucede es que “pensamos que vamos a perder el control con ellos si nos permitimos comerlos todos los días”. El reto es dejar a un lado las prohibiciones para que desaparezca la obsesión por esos alimentos y quedarse “con las sensaciones agradables de hambre”. La experta aclara que “esto no se consigue de un día para otro, sino que se trabaja a lo largo del tiempo”.

Menos culpa, más salud mental

La mala relación que tienen muchas personas con la comida tiene mucho que ver con el sentimiento de culpa que les genera. Para Chang, “la culpabilidad también es algo creado por ese marketing en torno a la cultura de dieta para que intentemos hacer algo para cambiarlo”. Al final, lo que se consigue es “dañar la salud mental de las personas y, cuando no hay salud mental, no hay salud en general”, recuerda. 

La cultura de dieta, añade la nutricionista, “nos hace creer que va a haber una dieta más que nos va a permitir perder peso”. Mientras se mantiene esa esperanza, pensamos que “nos vamos a sentir mucho mejor si perdemos peso porque nos vamos a quitar ese sentimiento de culpa por lo mal que lo hacemos, pero la realidad es que eso no ocurre”. Por ello, “hasta que no sanas tu relación con la comida y quitas esas normas de dieta para no sentirte culpable, no te vas a sentir bien mentalmente”. 

No hay un solo tipo de hambre

Otra cuestión importante en la alimentación intuitiva es entender que existen distintos tipos de hambre. “Las normas de la cultura de dieta nos dicen qué tenemos qué comer y de qué forma; cuándo podemos tener hambre y cuándo no”, resalta Chang. La nutricionista diferencia tres tipos de hambre:

Hambre fisiológica

El tipo de hambre más conocida es la fisiológica, que es la que “nos han dicho que consiste en sentir rugidos en el estómago”, describe la experta. Sin embargo, hay muchas otras señales previas a ese hambre extrema, que denotan “un hambre más agradable, que serían esos momentos en los que empezamos a pensar en comida”. En este punto, aclara que no se trata de antojos, sino de que el cuerpo “pide comida”.

Hambre organizacional

En ocasiones hay que planificar el hambre. Por ejemplo, cuando sabemos que vamos a pasar muchas horas en un sitio en el que sabemos que no vamos a poder comer. En esos casos, no está de más ingerir algo más de comida para no quedarnos “con esa sensación desagradable de hambre”.

Hambre emocional

El hambre emocional no tiene buena fama, pero Chang puntualiza que no es mala en sí misma y “todos la podemos tener en algún momento”. El problema surge cuando se utiliza de forma continua como recurso para calmar nuestras emociones. Es entonces cuando hay que plantearse la necesidad de otras herramientas para gestionar esos sentimientos.

“Distinguir los distintos tipos de hambre nos va a ayudar a dejar de juzgarnos por las decisiones que tomamos con la comida y las cantidades que comemos y así poder guiarnos por las señales intuitivas de hambre y saciedad”, concluye la nutricionista.

Alimentos buenos y malos desde otra perspectiva

Una vez normalizada la relación con la comida, es el momento de hablar sobre los alimentos más y menos convenientes. En este punto, la alimentación intuitiva se separa de la mayoría de las corrientes nutricionales actuales. En lo relativo a qué alimentos son mejores y peores no hay discusión, puesto que es la ciencia la que tiene la última palabra: abundancia de frutas y verduras, aporte adecuado de carbohidratosproteínas y demás nutrientes, etc. 

Ahora bien, de lo que se trata es de llegar a un equilibrio para incluir también lo que Chang denomina vitamina S, que es la letra inicial de satisfacción. Para ello, “tenemos que adaptar lo que dice la ciencia a nuestra experiencia física con la alimentación”. Cada persona “sabe más o menos lo que necesita comer, pero es importante que lo mezcle con aquello que le da satisfacción”. Por ejemplo, de vez en cuando se pueden poner unos croutons o picatostes a la ensalada para darle un toque crujiente. “Quizá esa grasa del pan tostado con aceite no sea lo más recomendable para el corazón, pero supone añadir ese factor de satisfacción y no va a tener un impacto en la salud”.

Fuente: cuidateplus.com