El tabú en torno a la muerte hace que sea mucho más difícil hablar sobre ella con los niños. A veces se subestima la capacidad de comprensión de los más pequeños; en otras ocasiones, lo que frena a los adultos son sus propios miedos.

La muerte es se vive de espaldas a ella hasta que se presenta y ya no es posible seguir ocultándola. No es de extrañar que a los padres les cueste tanto hablar de este tema con sus hijos. Sin embargo, es algo que en un momento u otro va a surgir, por el fallecimiento de un familiar o porque los niños empiecen a ser conscientes de su propia mortalidad.

Si son los propios adultos los que quieren desterrar la muerte porque la rechazan y temen, ¿cómo no les va a costar hablar de ella con los más pequeños? La intención es buena: protegerlos frente al sufrimiento. Sin embargo, esta actitud bienintencionada parte de una creencia errónea: que los niños carecen de herramientas cognitivas para entender la muerte. De hecho, a veces son capaces de asimilarla de una forma más serena que los adultos.

En muchos casos, esta manera de evitar que la muerte tenga cabida en las conversaciones paterno o materno filiales lleva, según Patricia Sánchez Merino, psicóloga y cofundadora de Centro TAP, a que los niños “lleguen a manifestar emociones más difíciles de regular ante la falta de información, como son la incertidumbre, el desasosiego y, en algunos casos, pueden presentar duelos patológicos”. 

En ese sentido, subraya que, aunque se tiende a pensar que es necesario proteger a los niños de los temas desagradables para evitar “activarles la emoción del miedo y, de ese modo, destruir su inocencia”, en realidad lo que sucede es lo contrario, que aquellos chavales “a los que se les ocultan los aspectos negativos o menos bonitos de la vida se van a desarrollar sin tomar conciencia de que en la vida existen acontecimientos desagradables, feos o no deseados, y eso les llevará en un futuro a ser menos capaces de gestionar lo negativo que les ocurra, pudiéndose traducir en dificultades para gestionar el dolor o la frustración”.

¿Cuándo empiezan a entender la muerte los niños?

Queda claro que hay que hablar de la muerte con los niños; el siguiente paso es determinar cuándo y cómo. Lo primero que hay que tener en cuenta es cómo la entienden y asimilan en función de la edad que tengan, con el fin de proporcionarles la información que necesitan en cada etapa de la infancia. La psicóloga Alba María García, coordinadora del área de atención clínica a niños y adolescentes de Center Psicología, resume el proceso de comprensión de la muerte a medida que un niño avanza en su desarrollo cognitivo: “Primero sabe que existe, pero no lo ve como algo universal y lo considera reversible; conforme crece, va entendiendo que todos los seres vivos mueren y es un proceso irreversible, pero aún no lo concibe como algo que le vaya a pasar a él o ella; a partir de los 10 años y, sobre todo, en la adolescencia, ya empieza a comprender en toda su plenitud lo que significa la muerte y se hace preguntas más filosóficas”.

Esta evolución se puede dividir en tres etapas:

A partir de los tres años

Los niños empiezan a entender que la muerte existe a partir de los 3 años, pero en esta edad, según expone Sánchez Merino “se considera que las personas, objetos y otros seres vivos no tienen límite temporal; por lo tanto, una pérdida se vive como un suceso puntual, que en ese momento no está, pero no se entiende la muerte como algo definitivo”. A estas edades los niños suelen preguntar por el cielo, el sitio al que van las personas que fallecen, si papá o mamá se van a morir y otras cuestiones que les preocupan.

De los 6 a los 9 años

Los niños de entre 6 y 9 años se plantean qué pasa con el cuerpo después de la muerte y con funciones vitales como hacer pis o comer. “También a esta edad se hacen preguntas que tienen que ver con su responsabilidad (si hacen cosas que pueden enfadar al fallecido) y otras que se relacionan con conceptos abstractos que tienen que ver con el cielo (que se ve desde allí, si hay televisión…)”, apunta la psicóloga de Centro TAP. 

Una madre habla con su hija adolescente

Entre los 9 y los 12 años

A medida que crecen, los niños empiezan a plantearse preguntas más relacionadas con los estados emocionales de los adultos y su empatía, como si están tristes ante la pérdida de un ser querido o quién les va a cuidar si pasa algo…  Ya en plena adolescencia, los interrogantes se asemejan cada vez más a los de los adultos: si la persona que ha muerto ha sufrido, por qué nos ha pasado esto, qué vamos a hacer con sus cosas, etc. 

Cuándo y cómo hablar de la (propia) muerte

No es necesario esperar a que los niños planteen preguntas para hablarles de la muerte. “Es bueno que nosotros también tomemos la iniciativa para explicarles ese proceso, que el sufrimiento también forma parte de la vida y que la muerte es una parte esencial de nuestra existencia”, señala García. Asimismo, se puede aprovechar para abordar el tema cuando muere alguien cercano o después de ver una película en la que se produce algún fallecimiento, teniendo siempre en cuenta “el nivel cognitivo de cada niño para adaptar el lenguaje”, puntualiza la experta. “No es lo mismo hablar con un niño de 10 años que con uno de 5; este último, por mucho que se lo queramos explicar, no va a entender bien que la muerte no es reversible, pero sí podemos ir introduciendo otros conceptos”.

Ante todo, es aconsejable hablar del tema con naturalidad y sin utilizar demasiadas metáforas. “Es fundamental que nos dirijamos a ellos con sinceridad y con palabras sencillas; no hace falta adornar mucho y, si hay algo para lo que no tenemos respuestas, no pasa nada por decir que no lo sabemos”, comenta García. “Por ejemplo, si preguntan qué pasa después de la muerte, la contestación dependerá de las creencias de cada familia, pero si no lo tenemos muy claro podemos decir que lo desconocemos y que el día que muramos lo averiguaremos”.

Los padres deben ser conscientes de que son un modelo para sus hijos, de tal manera que “si piensan en la muerte sin sentir angustia, eso mismo será lo que les trasladen”, resalta Sánchez Merino. Hay momentos en los que los niños y adolescentes sufren o sienten intranquilidad al pensar que algún día morirán. “La respuesta que debemos darles es que ocurrirá porque todos pasaremos por ello, pero que será dentro de muchos años y es un acontecimiento natural. Que lo importante no es cuándo va a ocurrir, sino que aprendamos a disfrutar de la vida y de todos los pequeños-grandes momentos que esta nos vaya ofreciendo”, recomienda. 

García añade que es importante hacerles “hincapié en que siempre van a tener una figura de seguridad”, es decir, van a tener junto a ellos a sus padres y allegados en los momentos más difíciles.

Sánchez Merino ofrece las siguientes pautas para acompañar a los más pequeños ante el miedo a la muerte, tanto la propia como la de un ser querido:

  • Aceptar la normalidad de la pérdida, ya que forma parte de la vida.
     
  • Experimentar los sentimientos: todos, pequeños y mayores, debemos poder expresar el dolor y el miedo, y una manera de hacerlo será a través del llanto. Tenemos que facilitar la expresión emocional y que además podamos hablar sobre ello.
     
  • Acompañar al menor para que entienda las consecuencias de la pérdida y que se readapte a su entorno. 
     
  • Ayudar al menor a generar nuevas relaciones y significados, es decir, que mantenga y establezca nuevas relaciones afectivas, y a su vez, que aprenda a recolocar a la persona que ya no está como consecuencia del fallecimiento en su nueva etapa. 
     
  • Invitarles a tener una mente mindfulness, focalizada en el aquí y ahora, para no ocuparse y preocuparse en pensar sobre aquello (en este caso la muerte) que muy probablemente tardará muchísimos años en llegar, y centrarse en disfrutar y vivir lo que ahora ocurre.

Qué decir y hacer ante la pérdida de un ser querido

Igual o más importante que lo que hay que hacer ante la muerte de un ser querido es lo que no hay que hacer o decir. Para García, los eufemismos y las bienintencionadas evasivas son contraproducentes. Cuando a un niño -especialmente si es muy pequeño- se le dice que “el abuelito se ha ido de viaje” o “se ha dormido”, entiende que su abuelo va a volver en algún momento y no va dejar de preguntar cuándo va a regresar. Es más, de esta manera “puede ser que prolonguemos su sufrimiento mucho más que si le decimos que el abuelo ha muerto”.

¿Los niños deben ir a funerales y al tanatorio?

La decisión de incluir a los niños en los ritos relacionados con la muerte depende de diversos factores, pero lo cierto es que, en general, se tiende a apartarlos en exceso de los entierros, velatorios, tanatorios y funerales sin que exista una buena justificación.

García reconoce que un niño de tan solo tres años de edad ni siquiera comprenderá lo que sucede en un funeral, pero considera que a los que son algo mayores se les debe dar la oportunidad de asistir a los ritos y despedirse de su familiar. “No se puede afirmar que sea correcto o incorrecto llevarlos, pero hay que dejarles la puerta abierta y explicarles siempre lo que va a pasar, con quién se van a encontrar, qué es un velatorio o un funeral…”.

Libros y películas que ayudan a explicar la muerte

La literatura y el cine constituyen un buen punto apoyo para enseñar a los niños las múltiples facetas de la vida y, como no, de la muerte. Estas son las recomendaciones de las psicólogas.

Libros por edades

  • Vacío, de Anna Llenas (Bárbara Fiore, 2015). A partir de los 7 años .
     
  • La isla del abuelo, de Benji Davies (Andana, 2015). A partir de los 3 años.
     
  • No es fácil, pequeña ardilla, de Ramón, E. y Osuna, R. (Kalandraka, 2003). Para primeros cursos de Educación Primaria o últimos de Infantil.
     
  • El jardín de mi abuelo, de Pierola, M. y Gil Vila (Bellaterra, 2007). Para últimos cursos de Educación Primaria.
     
  • El corazón y la botella, de Oliver, J. (Fondo de Cultura Económica (2010). Para niños de entre 6 y 12 años.
     
  • Gajos de Naranja, de Portier, N. y Legendre, F. (Tandem, 2008). A partir de 2º de Educación Primaria.
     
  • Mamá se ha marchado, de Hein (Ediciones SM, 2005). Final de Primaria y principio de Secundaria.
     
  • El árbol de los recuerdos, de Britta Teckentrup (Nubeocho, 2013). A partir de los 4 años.

Películas para niños y adolescentes

  • Buscando a Nemo.
     
  • Up.
     
  • Big Hero 6.
     
  • Bambi.
     
  • El Rey León.
     
  • Coco.
     
  • La vida de calabacín.
     
  • El viaje de Chihiro.
     
  • El niño con el pijama de rayas.
     
  • El club de los poetas muertos.

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