Cerca del 80% de las adolescentes no se sienten satisfechas con su cuerpo, un dato que podría explicar por qué los trastornos alimentarios se han convertido en el problema de salud mental más común entre las jóvenes. Frente a esta realidad, especialistas cuentan sus estrategias para ayudar a los jóvenes a tener una relación más saludable con su aspecto físico.

Por Mari Cruz Otero

Fue durante la época del Covid cuando Paula Valls comenzó a desarrollar trastornos alimentarios. En los meses de encierro, empezó a cocinar para su familia y a practicar deporte de forma obsesiva. Paula no era consciente de lo que le estaba pasando hasta que sus padres notaron que, en poco tiempo, había perdido mucho peso y decidieron llevarle al médico para que le hicieran unas analíticas.

“El trastorno de la conducta alimentaria es cualquier alteración significativa en los hábitos de alimentación, ya sea en forma de restricción, de no comer, o de comer en exceso”, explica Joan Seguí, psiquiatra del Hospital Universitari Sagrat Cor de Barcelona. Rocío Roses, directora del Instituto de Salud Mental del mismo hospital establece estos trastornos en tres grandes grupos: la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno de la conducta alimentaria no especificado.

Las pacientes con anorexia nerviosa suelen tener una personalidad obsesiva, lo que hace que su alimentación esté vinculada con la restricción. Estas personas dejan de ingerir grupos de alimentos, normalmente los carbohidratos en un principio, y poco a poco esta restricción se extiende a otros grupos. Los pacientes vinculados con la bulimia nerviosa están más relacionados con una personalidad más impulsiva. “Son personas que se pegan atracones, es decir, que comen una cantidad de alimentos superior a lo que comería una persona por su edad o condición física en un periodo de horas. Para poder quitarse esa culpa, o hacen ejercicio en exceso, o se provocan vómitos”, explica Rocío Roses.

El tercer tipo, son los trastornos de la conducta alimentaria no especificados. Son pacientes que no llegan a cumplir todos los criterios diagnósticos (anorexia, bulimia) pero que tienen conductas patológicas vinculadas con la comida. Este tipo de personas representa el mayor porcentaje de todos los trastornos relacionados con la alimentación (entre un 4 y un 5 por ciento).

Perfil joven

La mayoría de los trastornos alimentarios aparecen durante la adolescencia. “Es el momento de la búsqueda de identidad. El adolescente se empieza a desvincular de la familia, busca nexos de unión con su grupo de iguales y empieza a comparar. En esta comparación aparece el cuerpo, en el que se establecen unos cánones de belleza para sentirse más aceptado por el grupo, explica Anna Benítez, psicóloga del Hospital Universitari Sagrat Cor.

En la mayoría de los casos, el paciente no es consciente de su problema y normalmente es la familia o su entorno quienes se dan cuenta de que hay algo que no está bien. El diagnóstico se establece a través de una entrevista clínica en la que intervienen la paciente y la familia. “Se valora el estado, la gravedad y el tratamiento adecuado para esa paciente. “Muchas veces, empezamos a trabajar sin que la persona sea consciente del problema. Por eso, la terapia tiene como primer paso el de la concienciación”, advierte Rocío Roses.

Mónica Arques, nutricionista del Hospital Universitari Sagrat Cor, indica los tres niveles que se establecen para tratar a estas jóvenes. El nivel uno, que es cuando el paciente no tiene autonomía desde un punto de vista alimentario. No decide ni la cantidad ni lo que va a tomar. En la segunda fase, la paciente puede tomar decisiones y puede escoger alimentos que le apetezcan y, a veces, se les deja que se sirvan, para trabajar el tema de las cantidades y comprobar si lo saben hacer o no. Por último, en la fase tres, tienen más libertad y la persona tratada ya se sirve y elige las cantidades, siempre con el acompañamiento de un familiar.

Tratamientos según la gravedad

Los tratamientos varían según la gravedad del caso. En las etapas menos severas, el paciente asiste semanal o quincenalmente a consultas externas donde recibe apoyo de un profesional de referencia (psicólogo, psiquiatra, nutricionista). Tras la sesión, la persona con trastorno alimentario vuelve a su casa. En un diagnóstico más avanzado, el tratamiento implica acudir a un hospital de día, donde recibe una supervisión más intensiva, participa en grupos terapéuticos y realiza ingestas monitorizadas durante su estancia. Por último, en situaciones de riesgo vital, se requiere hospitalización en régimen de 24 horas.

Aunque el familiar tiene un papel fundamental de acompañamiento, la rehabilitación no es posible sin la colaboración del paciente. Paula confirma que, aunque la familia le ha ayudado mucho, “eres tú quien tienes que luchar para resolver el problema”.

A cada paciente se le asigna un psicólogo y psiquiatra, además de un tratamiento grupal intensivo. En estas sesiones, los pacientes comparten sus experiencias, y entre ellos se apoyan. La ayuda del grupo es fundamental, ya que permite que los pacientes que llevan más tiempo ayuden a los que acaban de incorporarse, generando una red de apoyo.

Joan Seguí explica que la labor de los psiquiatras consiste en tratar las comorbilidades de estas personas, es decir, problemas de depresión, ansiedad, impulsividad alta o problemas conductuales.

Emma Ódena, enfermera del Hospital Universitari Sagrat Cor, advierte de la importancia de la enfermería en el hospital de día, ya que además de la parte sanitaria está el acompañamiento emocional. “Hacemos un control semanal del peso y de las constantes vitales. Cuando los datos son positivos, el control se modifica y se pasa a realizar con una frecuencia más espaciada”.

Alrededor de dos tercios de personas en tratamiento se van a recuperar: un tercio por completo, y el otro tendrá alguna recaída puntual. El resto serán pacientes crónicos que vivirán con un trastorno y con un tratamiento, indica la psicóloga Rocío Roses.

“El recorrido es lento y pesado”, admite Paula, “pero las terapias me ayudan a entender mi situación. La joven recuerda cómo junto a su familia y los profesionales sanitarios han celebrado cada avance, como poder comer un alimento prohibido o volver a hacer deporte.. “El futuro es un reto, pero alcanzar un objetivo que parecía imposible, es muy gratificante. Si noto que algo no está bien, vuelvo al hospital de día y me siento tranquila. Es un miedo que, de alguna forma, me protege”, concluye Paula.